domingo, 22 de septiembre de 2019

Concurso Zenda Viajes Sostenibles


Llevaba años siguiendo la misma rutina, sintiéndome sola en muchas ocasiones y regocijándome en ese silencio absurdo en el que me había recluido. Vivir en la casa que había construido junto a mi mujer no calmaba esos sentimientos de desamparo; no desde que ella faltaba.

Aquel mes de septiembre, mi hija me pidió que me ocupase de Titi, una cría de canario - hay que ver los sobreesfuerzos que tenemos que hacer las madres - ese fue mi primer pensamiento al oír su propuesta. Pensé que sería imposible introducir a un miembro nuevo en mi hogar, pero ese pajarito trajo una pequeña linterna consigo para alumbrar ese túnel oscuro que estaba atravesando.

Durante los primeros días, lo único que me empujaba a acercarme a él era darle de comer y limpiarle la jaula de vez en cuando. Más adelante, he de admitir que el bichito empezó a caerme bien y me dediqué a observarle desde la distancia; tenía un plumaje amarillo chillón y se movía sin parar de un lado para otro de la jaula, despreocupado, como si su energía fuese inagotable y no necesitara ver más allá de su jaula. Un día, sentada en el sofá y escuchando con atención la melodía de su canto, ésta me hizo reflexionar acerca de las cosas sencillas de la vida, permitiéndome conectar con mi yo del pasado, aquel que los años habían conseguido enterrar. En otra vida había sido una persona curiosa, inquieta y con ganas de comerse el mundo.

La vida junto a mi mujer había sido apasionante; juntas desde los 37 años y con poco dinero en el bolsillo, habíamos vivido en una casita de nuestro pueblo, cuidado de una huerta (regando, sembrando y recogiendo multitud de clases de frutas y verduras) y disfrutado del entorno (haciendo senderismo en diversos montes, bañándonos en el río o consiguiendo llegar al lago en bicicleta). Juntas el tiempo parecía transcurrir a la velocidad de la luz y siempre ideábamos nuevas propuestas para seguir disfrutando al máximo de la vida.

A los pocos años de estar juntas, tuvimos la oportunidad de descubrir un poquito de cada rincón del planeta a diario: se nos ocurrió la idea de ir recopilando libros usados en diferentes hogares para ampliar la biblioteca del colegio, ya que se encontraba abandonada y cubierta de polvo. Esos pobres libros estaban aburridos y deseaban sentir el calor y la ilusión que desprenden las manos de nuevos lectores. Pasados unos meses, conseguimos que toda la gente del pueblo tuviese acceso a la biblioteca, e incluso algunas personas sin alfabetizar empezaron a acercarse a descubrir diferentes cómics y revistas. Fue entonces cuando, en colaboración con la maestra, desarrollamos un proyecto emocionante y enriquecedor: un día a la semana, el alumnado que estaba iniciándose en la lectoescritura, leería pequeños fragmentos de textos a las personas más mayores del pueblo, y, de la misma manera, otro día, las personas mayores leerían cuentos a los más pequeños. Recuerdo cómo lo publicitamos en el póster “Atrévete a aventurarte en un viaje gratuito e intergeneracional”.

De pronto, en aquel momento, me asaltó la certeza de que mi realidad distaba demasiado de lo vivido en el pasado, y que la negatividad se había adueñado de mi vida.

Volví a mirar al animal e intenté focalizar mi atención en su canto, para así evadirme de algún modo de aquella sensación que me quemaba por dentro, y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, me sentí invadida por su energía, por esa vitalidad incansable que mostraba, por las ganas de salir de esa jaula autoimpuesta, de recuperar y redescubrir todo lo que el mundo tenía que ofrecerme.

No iba a ser fácil, pero en su memoria, y con la certeza de que a ella le gustaría verme avanzar, me propongo recuperar las pequeñas actividades que solíamos hacer juntas y así iniciar un nuevo capítulo en mi vida, más luminoso, por ella y por mí.

#viajessostenibles

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