Llevaba años siguiendo la misma rutina, sintiéndome
sola en muchas ocasiones y regocijándome en ese silencio absurdo en el que me
había recluido. Vivir en la casa que había construido junto a mi mujer no
calmaba esos sentimientos de desamparo; no desde que ella faltaba.
Aquel mes de septiembre, mi hija me pidió que me
ocupase de Titi, una cría de canario - hay que ver los sobreesfuerzos que tenemos
que hacer las madres - ese fue mi primer pensamiento al oír su propuesta. Pensé
que sería imposible introducir a un miembro nuevo en mi hogar, pero ese
pajarito trajo una pequeña linterna consigo para alumbrar ese túnel oscuro que
estaba atravesando.
Durante los primeros días, lo único que me empujaba a acercarme
a él era darle de comer y limpiarle la jaula de vez en cuando. Más adelante, he
de admitir que el bichito empezó a caerme bien y me dediqué a observarle desde
la distancia; tenía un plumaje amarillo chillón y se movía sin parar de un lado
para otro de la jaula, despreocupado, como si su energía fuese inagotable y no
necesitara ver más allá de su jaula. Un día, sentada en el sofá y escuchando
con atención la melodía de su canto, ésta me hizo reflexionar acerca de las
cosas sencillas de la vida, permitiéndome conectar con mi yo del pasado, aquel que los años habían conseguido enterrar. En
otra vida había sido una persona curiosa, inquieta y con ganas de comerse el
mundo.
La vida junto a mi mujer había sido apasionante; juntas
desde los 37 años y con poco dinero en el bolsillo, habíamos vivido en una
casita de nuestro pueblo, cuidado de una huerta (regando, sembrando y
recogiendo multitud de clases de frutas y verduras) y disfrutado del entorno (haciendo
senderismo en diversos montes, bañándonos en el río o consiguiendo llegar al
lago en bicicleta). Juntas el tiempo parecía transcurrir a la velocidad de la
luz y siempre ideábamos nuevas propuestas para seguir disfrutando al máximo de la
vida.
A los pocos años de estar juntas, tuvimos la
oportunidad de descubrir un poquito de cada rincón del planeta a diario: se nos
ocurrió la idea de ir recopilando libros usados en diferentes hogares para
ampliar la biblioteca del colegio, ya que se encontraba abandonada y cubierta
de polvo. Esos pobres libros estaban aburridos y deseaban sentir el calor y la
ilusión que desprenden las manos de nuevos lectores. Pasados unos meses,
conseguimos que toda la gente del pueblo tuviese acceso a la biblioteca, e
incluso algunas personas sin alfabetizar empezaron a acercarse a descubrir
diferentes cómics y revistas. Fue entonces cuando, en colaboración con la
maestra, desarrollamos un proyecto emocionante y enriquecedor: un día a la
semana, el alumnado que estaba iniciándose
en la lectoescritura, leería pequeños fragmentos de textos a las personas más
mayores del pueblo, y, de la misma manera, otro día, las personas mayores
leerían cuentos a los más pequeños. Recuerdo cómo lo publicitamos en el póster “Atrévete a aventurarte en un viaje gratuito
e intergeneracional”.
De pronto, en aquel momento, me asaltó la certeza de
que mi realidad distaba demasiado de lo vivido en el pasado, y que la
negatividad se había adueñado de mi vida.
Volví a mirar al animal e intenté focalizar mi
atención en su canto, para así evadirme de algún modo de aquella sensación que
me quemaba por dentro, y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, me
sentí invadida por su energía, por esa vitalidad incansable que mostraba, por
las ganas de salir de esa jaula autoimpuesta, de recuperar y redescubrir todo
lo que el mundo tenía que ofrecerme.
No iba a ser fácil, pero en su memoria, y con la certeza
de que a ella le gustaría verme avanzar, me propongo recuperar las pequeñas
actividades que solíamos hacer juntas y así iniciar un nuevo capítulo en mi
vida, más luminoso, por ella y por mí.
#viajessostenibles
#viajessostenibles
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