domingo, 6 de octubre de 2019

ANIMALES SALVAJES


La humedad se palpa en el ambiente. El cielo se tiñe de un gris marengo indicando que, tras el imparable llanto de las nubes, se avecina una fuerte tormenta; el cielo parece disgustado. Continúo mi andadura por la jungla cuando oigo lejanos sonidos que quieren ser escuchados, por lo que me dirijo hacia ellos.

Decido tomar un atajo para llegar con mayor rapidez. Miro a mi alrededor y reflexiono acerca de cómo la flora y la fauna de esta jungla han captado siempre mi atención. La flora, porque, a pesar de su inmensidad, serenidad, paciencia y capacidad de protección - ese fuerte poder - en la mayoría de los casos no se manifiesta, mostrándose inamovible; tan solo comparte espacio con la realidad de su entorno. Sin embargo, en el caso de la fauna es diferente, pues dependiendo del animal con el que te cruces puedes llegar a conocer el significado del miedo.

A mi derecha, casi imperceptible, observo un camaleón. Sus ojos con un ángulo de visión de casi 360º parecen tenerte controlada en todo momento. Su lengua larga y veloz es capaz de alcanzar cualquier rumor y su habilidad para mutar el color de la piel le permite escaquearse de las situaciones difíciles. Unos pasos más allá, percibo una mirada amenazante, enmarcada en negro, vigilándome durante todo el recorrido, con intención de saber más de mí, se trata de un lémur. Sigo hacia delante y me tropiezo con un animal imponente, vestido con tonos llamativos. Un sangre fría que regula su temperatura corporal en función del medio en el que habita. Fuerza oculta, lengua bífida y peligrosa. Presiento que llega mi fin, pero tras unos segundos descubro que no soy su tipo de presa, que no le intereso, y se marcha serpenteante.

Por suerte, a pocos metros de distancia, alcanzo los sonidos; provienen de aquellos seres necesarios para mantener el equilibrio del ecosistema. Son las voces de los animales que no se rinden, las que representan aquellas personas que creen en ellas, en las mujeres que están sufriendo y en las que ya no están. Se convierten en grandes apoyos, intervienen, permiten expresarte en libertad, ser escuchada y aconsejada desde el respeto y el cariño, te ayudan a la hora de denunciar y de actuar. Tan solo piden a gritos que se haga justicia con todos esos “animales salvajes” que tanto daño han hecho, hacen y harán.

Dejemos de ser flora que observa, desde la distancia, lo que ocurre a su alrededor y pasemos a ser ese animal que lucha a diario por los derechos de los de su especie.

#historiasdeanimales


domingo, 22 de septiembre de 2019

Concurso Zenda Viajes Sostenibles


Llevaba años siguiendo la misma rutina, sintiéndome sola en muchas ocasiones y regocijándome en ese silencio absurdo en el que me había recluido. Vivir en la casa que había construido junto a mi mujer no calmaba esos sentimientos de desamparo; no desde que ella faltaba.

Aquel mes de septiembre, mi hija me pidió que me ocupase de Titi, una cría de canario - hay que ver los sobreesfuerzos que tenemos que hacer las madres - ese fue mi primer pensamiento al oír su propuesta. Pensé que sería imposible introducir a un miembro nuevo en mi hogar, pero ese pajarito trajo una pequeña linterna consigo para alumbrar ese túnel oscuro que estaba atravesando.

Durante los primeros días, lo único que me empujaba a acercarme a él era darle de comer y limpiarle la jaula de vez en cuando. Más adelante, he de admitir que el bichito empezó a caerme bien y me dediqué a observarle desde la distancia; tenía un plumaje amarillo chillón y se movía sin parar de un lado para otro de la jaula, despreocupado, como si su energía fuese inagotable y no necesitara ver más allá de su jaula. Un día, sentada en el sofá y escuchando con atención la melodía de su canto, ésta me hizo reflexionar acerca de las cosas sencillas de la vida, permitiéndome conectar con mi yo del pasado, aquel que los años habían conseguido enterrar. En otra vida había sido una persona curiosa, inquieta y con ganas de comerse el mundo.

La vida junto a mi mujer había sido apasionante; juntas desde los 37 años y con poco dinero en el bolsillo, habíamos vivido en una casita de nuestro pueblo, cuidado de una huerta (regando, sembrando y recogiendo multitud de clases de frutas y verduras) y disfrutado del entorno (haciendo senderismo en diversos montes, bañándonos en el río o consiguiendo llegar al lago en bicicleta). Juntas el tiempo parecía transcurrir a la velocidad de la luz y siempre ideábamos nuevas propuestas para seguir disfrutando al máximo de la vida.

A los pocos años de estar juntas, tuvimos la oportunidad de descubrir un poquito de cada rincón del planeta a diario: se nos ocurrió la idea de ir recopilando libros usados en diferentes hogares para ampliar la biblioteca del colegio, ya que se encontraba abandonada y cubierta de polvo. Esos pobres libros estaban aburridos y deseaban sentir el calor y la ilusión que desprenden las manos de nuevos lectores. Pasados unos meses, conseguimos que toda la gente del pueblo tuviese acceso a la biblioteca, e incluso algunas personas sin alfabetizar empezaron a acercarse a descubrir diferentes cómics y revistas. Fue entonces cuando, en colaboración con la maestra, desarrollamos un proyecto emocionante y enriquecedor: un día a la semana, el alumnado que estaba iniciándose en la lectoescritura, leería pequeños fragmentos de textos a las personas más mayores del pueblo, y, de la misma manera, otro día, las personas mayores leerían cuentos a los más pequeños. Recuerdo cómo lo publicitamos en el póster “Atrévete a aventurarte en un viaje gratuito e intergeneracional”.

De pronto, en aquel momento, me asaltó la certeza de que mi realidad distaba demasiado de lo vivido en el pasado, y que la negatividad se había adueñado de mi vida.

Volví a mirar al animal e intenté focalizar mi atención en su canto, para así evadirme de algún modo de aquella sensación que me quemaba por dentro, y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, me sentí invadida por su energía, por esa vitalidad incansable que mostraba, por las ganas de salir de esa jaula autoimpuesta, de recuperar y redescubrir todo lo que el mundo tenía que ofrecerme.

No iba a ser fácil, pero en su memoria, y con la certeza de que a ella le gustaría verme avanzar, me propongo recuperar las pequeñas actividades que solíamos hacer juntas y así iniciar un nuevo capítulo en mi vida, más luminoso, por ella y por mí.

#viajessostenibles